La industria alimentaria garantiza la elaboración

Hay que prestar atención al estado del envase en la tienda

En envases de cristal o de latón. De pescado, verduras, hortalizas o frutas. Nos sacan de mil apuros y nos ayudan a completar una comida improvisada. Las conservas coexisten de forma pacífica con los alimentos frescos pero, ¿cómo, cuándo y cuánto consumir de estos tesoros enlatados?

Invitados sorpresa en casa, una ensalada completa y contundente, un antojo de un producto fuera de temporada… las conservas nos solucionan la papeleta con frecuencia. Forman parte de las despensas españolas y nos permiten consumir determinados alimentos durante todo el año.
Nuestro especialista en nutrición y dietética, Emilio Blanco, nos cuenta que las conservas “no son más que alimentos a los que se han aplicado determinados procedimientos para conservarlos, evitar su deterioro y alargar su vida”.
Lejos de ser un invento moderno, nacieron en 1810 gracias al francés Nicolás Appert al que se le ocurrió colocar los alimentos en envases herméticamente cerrados a los que luego aplicaba agua hirviendo para quitarles el aire.
La industria alimentaria ha ido mejorando sus procesos de elaboración de conservas garantizando el buen estado de conservación y la preservación de las propiedades organolépticas de los alimentos mucho tiempo después de haber sido enlatados.
El gran riesgo de las conservas está directamente relacionado con el temido botulismo, producido por una bacteria que surge cuando el oxígeno entra en la conserva porque está mal cerrada. Sus consecuencias para la salud humana son dramáticas.
Por este motivo, a la hora de comprar conservas y también antes de consumirlas en casa, debemos revisar bien el envase y descartar aquellos que puedan presentar algún deterioro, abollón, óxido o espuma.
También es recomendable abrirlas cuando van a ser consumidas y no dejarlas durante un largo periodo de tiempo al aire libre para evitar que puedan estropearse.

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Las conservas mantienen los macronutrientes como las proteínas, grasas e hidratos de carbono porque el proceso de elaboración no los deteriora.
En cambio, micronutrientes como vitaminas y minerales pueden estropearse en función de las temperaturas utilizadas durante la fabricación o la cantidad de agua empleada para cocinar la conserva.
Emilio Blanco advierte que “la conserva no es un método para alimentarse de forma rutinaria, sino de vez en cuando, principalmente porque las conservas suelen llevar un alto contenido de sal. Digamos que para personas sanas, una conserva diaria estaría bien, pero no mucho más”.
También insiste en la necesidad de leer las etiquetas y aprender a calcular qué cantidad de producto estamos comprando. Para ello lo ideal es leer el peso escurrido de la conserva, que es realmente el producto que estamos adquiriendo, todo lo demás será escabeche, aceite o salmuera.
Las conservas que vienen en aceite de oliva son más saludables que las de aceites vegetales sin especificar, pero Emilio Blanco recomienda descartar ese aceite para evitar ingerir calorías de más aunque, reconoce, “en el caso de las conservas es complicado saber la carga calórica que estamos ingiriendo porque no todas las personas escurren igual de bien el aceite en el que vienen”.
También en la etiqueta podemos leer multitud de conservantes que empiezan con la letra E. No son más que aditivos necesarios para poder consumir la conserva con garantías, y están autorizados por la Unión Europea.